jueves, 18 de octubre de 2012

Cinematógrafo

Últimamente no dejo de escuchar de cinéfilos con cierta experiencia -por no decir mayores- que el cine ha muerto. Yo era consciente de que la literatura estaba moribunda pero... ¿el cine? ¿Acaso hubo una etapa dorada en el cine, en el que ir a la sala a ver una película no era un acto sumamente molesto, donde el ruido de las palomitas, los susurros y las risas de tu compañero de butaca acompañaban los diálogos? ¿Acaso se daba más importancia a la historia que a los efectos especiales? ¿Acaso lo que retrata "La rosa púrpura del Cairo" es cierto, y existía un lugar donde podías evadirte de la realidad hasta que los mismos personajes se preguntaban qué hacías tantas horas arrellanado en esa butaca ? Vaya, vaya. 
Si es así entonces maldigo al hombre y su puñetera manía de corromper las cosas mas bellas del mundo, porque por su culpa nunca sabré cómo fue el cine en estado puro. 
Estoy acostumbrada a ver el cine clásico -que es el que más me gusta- en la televisión o el portátil e ir a la sala de cine a ver chorraditas -que es lo que suelen consumir mis amigos-. Esa es mi visión del cine, las películas de LeRoy en mi casa y la última adaptación de superhéroes en la sala.


Hace poco acabé un trabajo de Pedro Salinas para la universidad. Muchos de su generación -la del 27, para los despistados- se sintieron fascinados por el cine, y ya lo decía Alberti al declarar que: "Yo nací -¡respetadme!-con el cine". Salinas también se interesó por el cine, la electricidad, el automóvil y muchos otros inventos o novedades que quedaron retratados en su poesía. Pero hay un poema en especial que me llamó mucho la atención, y deseo concluir con él:

LUZ

Al principio nada fue.

Ni el agua para en ella el pez.
Ni la rama del árbol para la fatigada
ala del pájaro.
Ni la fórmula impresa para casos de duelo.
Ni la sonrisa en la faz de la niña.
Al principio nada fue.
Sólo la tela blanca
y en la tela blanca, nada...
Por todo el aire clamaba,
muda, enorme,
la ansiedad de la mirada.
La diestra de Dios se movió
y puso en marcha la palanca...
Saltó el mundo todo entero
con su brinco primeval.
La tela rectangular
le oprimió en normas severas,
le organizó bruscamente
con dos líneas verticales,
con dos líneas horizontales.
Y el caos tomó ante los ojos
todas las formas familiares:
la dulzura de la colina,
la cinta de los bulevares,
la mirada llena de inquina
del buen traidor de melodrama,
y la ondulación de la cola
del perro fiel a su amo.
El hombre tuerto sintió
que va a quebrársele el ojo
de cristal, a la embestida
de tantas y tantas visiones.
En el fondo gritó un erudito:
"¿Y la palabra y la palabra?"
Y todos los esfuerzos del mundo,
la fuerza lograda y gastada,
las máquinas maravillosas
para correr, para volar,
para amar, para aborrecer
se echaron a funcionar.
El primer día de la creación
humillado, pobre, vencido,
se marchó a llorar a un rincón.
Pero ya el instinto acechaba
en los ojos de la mujer
—la cabellera suelta al viento—
y el tejer y el destejer
de la tela del sentimiento.
Y el primer día de la creación
se levantó de su rincón
y vino a asomarse a la tela:
en la mano diestra llevaba
el primer corazón del hombre,
que era el último corazón.


Una pena que el cine haya perdido su magia en pro del entretenimiento frívolo. Y una pena que no hayan dejado a las generaciones que más recientemente se han interesado por el séptimo arte disfrutar de él en todo su esplendor.